Abrí los ojos y me di cuenta que me hallaba en un lugar que nunca había visto antes, pero quedé alguna forma sentía familiar. Me encontraba sola, en un tipo de hostal o casa de huéspedes. Esta casa lucía como una casa campestre con pasillos largos y espacio abiertos que daban a pequeños jardines. Empecé a caminar los pasillos con cierta curiosidad. Mientras caminaba no pude evitar observarme a mí misma. Me sentía diferente, en efecto también lucía diferente. Portaba un vestido blanco de croché. Muy ceñido a la parte de arriba del cuerpo, de la cintura para abajo caía en forma de campana hasta la rodilla. Una brisa fría pasó y sentí como me acaricio la espalda destapada. Me admire al verme tan estilizada con el cabello mucho más largo de lo que recordaba, de color negro brillante y con las puntas encorvadas que me cubrían toda la espalda. Aunque fue una sorpresa, me gusto sentirme suave y delicada.
Mientras avanzaba por el pasillo, noté que en el fondo al lado derecho había una puerta doble que daba a una cafetería y al lado de la puerta una gran ventana. Me causó gracia la ventana ya que estaba prácticamente pegada a la puerta y dentro de una casa. Curioso lugar para una ventana – pensé. Me sentí atraída a ese lugar, así que camine directo hacia allá. Me detuve frente de aquella ventana que al detallarla parecía más de catedral quede una casa, por los variados colores y diseños en forma de círculos.
Noté que dentro de la cafetería se encontraba una pareja. A la chica podía verla bien porque estaba sentada de lado. Ella le sobaba la mano al chico suavemente mientras conversaban. A él sólo le podía ver la espalda y su corte de cabello pulido color castaño cenizo. Por alguna razón que no entendí en ese momento, no podía dejar de observarlos. Hubo un momento en el que él movió su brazo derecho sólo un poco, permitiéndome ver una tarjeta que tenía en la mano color azul claro y con el número 18 grande que ocupaba toda la portada de la tarjeta. De pronto su rostro giró un poco mirándola a ella y me percate de su piel bronceada.¡Qué entrometida estoy! – pensé sin quitarle la mirada. La verdad es que quería pensar que era un hombre guapo y así justificar mi extraña curiosidad. Se volteó un poco más hacia la derecha y sonrió pícaramente, casi como si hubiese escuchado mi atrevido pensamiento. ¡No puede ser! – pensé. Esa sonrisa ya la conocía, me atravesó el pecho, sentí un brinco inesperado en mi corazón y un vacío enorme en el estómago. Inmediatamente lo reconocí y entendí el porqué de mí ya no tan insólita atracción. Era Miguel, el gran amor de mi vida, del cual ya hace varios años no sabía nada.
Me invadieron las preguntas, ¿qué hace aquí? ¿Quién es ella? ¿Será la que me lo arrebató? ¿Por qué me lo tengo que encontrar aquí, ahora? ¡Parece que estuvieran felices! – me contesté con desconsuelo.
En ese preciso momento, por esos actos que no siempre comprendemos, Miguel miro directamente a la ventana de donde yo lo observaba. De nuevo como si estuviese escuchando mis pensamientos. Yo me encontraba estática, completamente ida, con mi mente en otro tiempo y mis ojos fundidos en él. Nuestras miradas lograron cruzarse por unos segundos que se sintieron eternos como si se hubiese detenido el tiempo por completo. Una señal de alarma llego a mi cabeza, lo justo para reaccionar del trance. Sin pensarlo ni un instante, empecé a caminar cada vez más rápido de regreso por el pasillo, en dirección contraria a la de él. Con miedo de que me siguiera, no miraba hacia atrás, caminaba cada vez más rápido hasta que empecé a correr. Algo por dentro me decía que corriera y yo corría. Creo que era vergüenza de mis lágrimas que estaban a punto de salir. No podía mostrarme tan débil después de tanto tiempo. ¿Porque tenía que estar en ese lugar?
No entendía nada, el agobio era insoportable, no podía sostenerlas más. Encontré un cuarto casi vacío donde sólo había un escritorio y una silla, entre, cerré la puerta, me senté y sin más espera deje que mis lágrimas empezaran a correr libremente. Eran lágrimas viejas, muy viejas, llenas de nostalgias y de recuerdos. Recordé la última noche que pase con Miguel. Volví a vivir el momento en el que nuestros ojos se confesaban en silencio lo mucho que llevábamos amándonos mientras las manos acariciaban los cuerpos desnudos, casi como un ritual de despedida. Recordé ese último beso que quedo tatuado en mi mente y en mi alma para siempre. Y ahora para mi sorpresa lo veía de nuevo con otra mujer, la otra mujer. A la que seguramente amaba tanto o más de lo que me amo a mí.
Me tomé un momento para respirar y me sequé las lágrimas. Creí que seguramente ya se había marchado del lugar. ¡Qué va a querer verme! – pensé. Así que salí del cuarto, caminando lento por el pasillo, cuidando de cada paso que daba, para no ser escuchada ni sorprendida.
Regresé al mismo lugar donde lo había visto. No pude evitar sentir tristeza al ver que no estaba ahí, también desconsuelo porque en el fondo deseaba que me hubiese seguido. Comprendí que el miedo no sólo se siente por lo que no se quiere, también se siente por lo que se quiere demasiado.
Ahí había un sofá en el recibidor justo antes de la cafetería, no lo había notado antes. Me senté en el único lugar disponible que había del sofá. Estaba ocupado por una cobija o tendido mal doblado. Era un bulto inmenso de tela. ¿Qué hace esto aquí? – pensé asombrada. Me recosté un poco sobre el tendido. Un movimiento que venía de adentro, me produjo una palpitación en el pecho. ¿Será que hay algo o alguien ahí dentro? – me dije un poco nerviosa – debe ser imaginación mía – añadí.
Igual sin pensarlo mucho levanté la colcha para quitarme las dudas. Para mi asombro, no estaba equivocada. Debajo me encontré con la sonrisa más bella que había visto, una muy familiar, la de Miguel – Sabía que regresarías – me dijo mientras me agarraba la mano fuerte. Evitando tal vez que escapara de nuevo. ¡Hola Darling! – añadió.¡Y yo muda! Ni una palabra me salía – ¿Qué me pasa? ¿Se te trago la lengua los ratones? – Pensé – es tu oportunidad de reclamarle, de preguntar – me advertí mientras intentaba mandarle señales a mi boca para que funcionara. ¡Habla mujer! – me ordene. Pero no me salía ni una letra.
Otra sonrisa de Miguel, esta vez con un gesto apenado y bajando un poco la cabeza me dice ¿tú crees que no quise buscarte? ¿Qué no te pensé hasta el cansancio? ¿Qué no te extrañe? – respondió, de nuevo sorprendiéndome de sus claros poderes telepáticos.
En tono bajo y mirándole fijamente a los ojos pregunte – ¿Entonces, porque no lo hiciste?
Tú no lo querías así y yo lo sabía, sólo respeté tu decisión. Creo que en la vida hay que saber cuando actuar y cuando apartase, Igual dolió. – dijo mientras me pasaba su mano por mi cabello.
¿Porque no me dijiste la verdad sobre ella? ¿Sobre lo que te pasaba? – Le reclame – ¡Todo hubiera sido diferente si tan sólo te hubieses sincerado conmigo! ¡Era lo mínimo que nos merecíamos! ¡Yo te hubiese entendido!
¡Valentina! ¡Valentina! – Escuché a lo lejos. Mire hacía los lados pero no vi a nadie. Todavía sentía el calor de su mano agarrándome la mía. Lo mire de nuevo mientras extendía mi mano para tocarle su rostro, pero sus ojos se veían cada vez más lejos. Entonces…
¡Valentina! – una vez más lo escuché más de cerca. Sentí que me tocaron el hombro. Abrí los ojos – Si dime Sara, ¿qué pasa? – contesté un poco desorientada.
- Ya nos tenemos que ir ¡se nos hace tarde! ¿Vienes?
-
Ah, sí claro, ahora mismo me arreglo para salir, dame unos minutos.
Soñaba – pensé. ¡Pero que real sentí ese sueño! ¡Sentí que lo vi! ¡Estuve con él, lo sé!
Luego de ese sueño un vacío extraño quedo dentro de mí. Una nostalgia presente, constante. Toda esa semana me quedé pensando en él, en nosotros y preguntadme… ¿Y qué será de Miguel?
Como siempre superando las espectativas, bella historia, me llevastes a ese lugar, gracias por tus bellas historias chica cosmica
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Muchas gracias por siempre estar pendiente de mis escritos. Me alegra y emociona mucho que gusten tanto 🙂 namaste!
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