Entre la Tiniebla «Relato»

Una mujer ingresa al cuarto en donde Esperanza se encontraba recostada sobre la cama. Era Martes, dos días después del infortunado accidente y fallecimiento de Mateo.

-Esperanza tienes que comer algo, déjame que te ayude a vestirte – le dijo Ángela con tono de voz suave. Una vieja amiga de Mateo, que a través de los años se había convertido también en su amiga. A pesar de que Esperanza no le había compartido mucho de su vida personal,  como de los conflictos que a veces tuvo con Mateo, era la única persona que podía considerar más cercana entre sus conocidos.  Algo de afecto si le tenía y de alguna manera Esperanza le confortaba que Ángela estuviese a su lado en ese momento.

-Vamos cariño, levántate, yo te ayudaré. No puedes seguir así, por lo menos come algo.

¿Quieres algo? – Pero Esperanza no contestaba.
Se encontraba en un estado de letargo o somnolencia profunda desde que había regresado del hospital. Efecto producido por el shock emocional recibido con la noticia. Ese tipo de reacción es muy usual cuando se pierde a un ser querido, y en el caso de Esperanza, aún más ya que estaba previamente diagnosticada y medicada por depresión. Lo que la hacía más vulnerable a caer en un estado así.

Desde la noticia no quería probar bocado, escasamente aceptaba té de tilo o de manzanilla y en una que otra ocasión un poco de pan. Lo recibía como por instinto de supervivencia. Parecía no estar en control de su voluntad, se dejaba llevar de un lugar a otro sin poner resistencia. Difícilmente parecía estar presente mentalmente.

-Haber, levanta los brazos – le dirigía Ángela con un tono sutil y cariñoso.

– Así está bien. Ahora ponte de pie para estirarte el vestido. Lo estás haciendo muy bien Esperanza, ponto estarás lista para que bajemos a la recepción.

Esperanza se dirigió hacia las escaleras tomada de la mano de Ángela. Reflejaba en su rostro una expresión de vacío, de ausencia. Cada paso que daba era lento y pesado, como si al darlo estuviese arrastrando consigo todo el peso de la culpa, el desasosiego y la aflicción que ahora la invadía. Esperanza miró hacia abajo y observó una multitud de personas, algunas que ella reconocía y otras que no había visto nunca. Había algo de ese escenario que le molestaba. Quizás la falta de privacidad.

-Seguramente son colegas y ex compañeros de postgrado de Mateo – pensó. Sin que eso le cambiara en lo más mínimo la expresión de su rostro.

Se dispuso a bajar las escaleras que lucían bastante empinadas. No pasó nada de tiempo en que todos se percatasen que Esperanza se encontraba arriba en el desván. Y casi de inmediato se produjo un silencio, posiblemente como muestra de respeto hacia la ahora viuda de Sandoval.  Aunque en la mente de Esperanza acertaba más la palabra morbo. Muchos de los ahí presentes no eran de su agrado y algunos tampoco del agrado de Mateo. Sin embargo el detalle no le afectó.

Un paso en descenso y el crujir de la madera se escuchaba sonar con cada leve movimiento que sus pies iban dando. Casi como si la madera simpatizara también con su lamento. La casa era vieja, tenía barandillas gruesas con diseños forjados en metales cobrizos en forma de Tulipán y peldaños finos. Quizás era la antigüedad de esa casa, las muchas vivencias que ahí se habían recolectado a través de los años conviviendo juntos y los secretos que inevitablemente guardaba. Lo cierto es que de alguna forma y  por alguna razón la energía que en ese momento recibía de aquella casa, la reconfortaba.

Otra pisada más y Esperanza se sintió decaer, perdió el equilibrio y con las pocas fuerzas que le sostenían de pie Esperanza se agarró de los pasamanos, mientras que Ángela rápidamente le ayuda a recuperar su compostura.

Se escuchó un “aaahhhh” de los ahí presentes aspirando y conteniendo el aire. Juan, uno de los grandes amigos de Mateo, al percatarse del decaimiento de Esperanza se apresuró a asistirla. Con ayuda de Ángela la acomodó en un sillón cerca de donde yace Mateo.

Era el día del velatorio de Mateo. Esperanza aunque parecía ausente, su corazón entendía lo que sucedía a su alrededor, observando por segundos a cada persona presente. No estaba tan inconsciente como pensaban. En el fondo ella lo escuchaba todo,  todos los comentarios y lamentos de los amigos, los reproches de alguna familiar intrigante o malintencionada, la lástima y la pena de los otros. Lo escuchaba todo revuelto, sin poder en realidad diferenciar de quien provenían las voces. Todo aquello la martirizaba, no podía evitarlo. Lo único que Esperanza deseaba era que se callaran y que la dejaran sola. Sola con su esposo, sola con su amor y con su dolor.

– ¿Deseas algo; agua, café, té? –  Le susurra Ángela al oído, observando el ataúd donde descansa el cuerpo de Mateo.

Esperanza la mira con sus ojos perdidos. Suavemente mueve su cabeza un poco hacia la derecha y de nuevo un poco hacia la izquierda.

– Está bien – añade Ángela -. Aquí estaré si me necesitas.

A lo que Esperanza la toma de  la mano, la acerca a su rostro y le dice en un tono muy bajo.
– Quiero que se callen. ¡No quiero oírles más!

Ángela no supo que hacer en ese momento, pensó que no debía ser grosera con las personas que hay se encontraban al pedirles que se callaran de una manera abrupta. Pero debía hacer algo para ayudar a que Esperanza se sintiese mejor. Volteó a mirar alrededor y a su lado se encontraba Juan, que parecía ahora estar muy pendiente de Esperanza. Ángela le pidió ayuda y él se levantó de inmediato y pidió unos minutos de silencio para recordar y honrar a su gran amigo y colega Mateo.
Ni un susurro se escuchaba en toda la habitación, solo el tic tac del reloj antiguo de piso que había en la sala principal. Todos la observaban, como esperando una reacción concreta de su parte, tal vez un gesto o una lagrima. Pero Esperanza no dijo ni hizo nada. Solo estaba ahí, inmóvil y dispersa. Perpetuada en ese instante, donde el tiempo dejo de existir. Hasta que se levantó y camino hasta donde moraba el cuerpo inerte de su esposo.
– Esto no puede estar pasando. ¡Esto no es real, estoy soñando! Sí, tengo que estar soñando. ¡Mi Mateo no puedes estar muerto! – se dijo a si misma.
– Es tu culpa, no debiste haberle dicho nada. Fuiste muy dura e insensible con él. Mateo te amaba, te comprendía, te aceptaba como eres. ¿Cómo fuiste capaz de decirle que te ibas y lo dejabas?  – hubo otra recriminación en su mente.

– Pero yo debía ser sincera con él. ¡Se trataba de mi, de mi necesidad, de mi felicidad! Él tomó la decisión de irse en el carro. No fui yo quien le dijo que se marchara.- Se contestaba a si misma, mientras sentía la invasiva mirada de todos los presentes.
Seguía – Soy una estúpida. Sé que él hubiese ido al fin del mundo conmigo si hubiera sido necesario con tal de verme feliz. ¡Pero claro! No quería que fuera a ningún lado conmigo. Mateo me estorbaba, me fastidiaba, esa es la verdad!  Él era el constante recordatorio de la mujer que nunca fui capas de ser. El reflejo de mi misma, de mis miedos, de mis falencias y posiblemente también el único que me podía comprenderme y ayudarme a salir de ellas. Y ahora lo he perdido para siempre. – pensó, mientras una lagrima brotaba de su ojo.

Alguien en la sala rompe el silencio, solo con un breve murmullo. Nada prominente, nada comprensible. Pero lo suficiente para terminar de importunar la ofuscada mente de Esperanza.

– ¡Cállense! ¡Que se Callen! ¡No más! ¡Basta! ¡No puedo más! – rompió a gritos Esperanza, seguido de un convulsionado llanto. Uno que parecía llevar años guardado adentro de sí. Desplomándose encima del cajón cerrado, donde descansaba su amado.
Juan se acercó y le agarró la mano brindándole apoyo y comprensión, o por lo menos así es como Esperanza lo entiende. La lleva hasta un salón de la casa donde no hay nadie y se sienta con él en el sofá.

-¡No recuerdo la última vez que le dije que lo amaba, sabes! declaró Esperanza. Tampoco recuerdo la última vez que lo besé con ganas. Añadió con la voz entre cortada.

-No te mortifique con eso Esperanza. ¡Ya lo hecho, hecho está! Nada de lo que te recrimines lo traerá de vuelta. Deseale un buen camino de regreso, déjalo ir libre, con amor, en paz. Piensa que Mateo te amaba y a él no le gustaría verte así.

-No es fácil pensar en mi vida ahora sin él. – dijo Esperanza, mientras su mente realizaba lo irónico de esa declaración dos días después de la ultima discusión con Mateo.

-Todo pasara. Date tiempo. Tal vez debes ocupar tu mente en algo. Una clase, un hobby, un viaje quizás. ¡Algo que siempre hayas deseado hacer! Esté es el momento. ¿No crees?

-Si hay algo que hace mucho tiempo deseo hacer, hay un lugar al que debo ir. ¡Pero no sé cómo voy a llegar hasta haya! ¡No se que me esperé!

-¡Esperanza! – la nombro Juan mientras le pasaba la mano por encima de la suya – no sé qué es lo que quieres o necesitas. Pero si quieres mi ayuda, si necesitas algo o alguien que este a tu lado, aquí estaré para lo que sea. Puedes contar conmigo.

Esperanza lo observó por unos segundos en silencio, anteriormente nunca le había prestado mucha atención a sus facciones. Se percató de su mirada profunda, del pequeño lunar debajo de su ojo izquierdo. De su piel bronceada y algo seca.

¿Qué sabia de Juan? Aparte de que era el amigo confidente de Mateo, quizás por lo que era un poco mayor que él y le infundía conocimiento. Poco, en realidad no sabía mucho de él.  Pero allí estaba dispuesto a ayudarla. Algo en su voz le transmitía tranquilidad, algo en sus palabras le daba fuerza. Por un instante no lo vio a él, sino a Mateo. A través de su sonrisa, a través de su mirada. Y pensó que tal vez era Mateo quien la impulsaba.

Se oye la puerta abrir, es Ángela que trae en sus manos una bandeja con café y té caliente.

-Disculpen lo interrumpo, les he traído esto si les provoca. Esperanza, si quieres te acompaño para que te acuestes, debes estar muy cansada y ya es tarde.

-Luego de que comas algo, ¡porque si vas a comer! ¿cierto? – dice Juan, levantándole un poco la ceja y con un tono agraciado y un poco autoritario.

-Gracias Ángela, recibiré algo de comer antes de acostarme. Pero poco por favor, siento el estomago totalmente cerrado– responde Esperanza. Mira a Juan, y con los ojos le agradece por todo.

Ya en el dormitorio, Esperanza le dice a Ángela – ¡Sabes! No creo necesario tenerme que quedar para el entierro. En realidad es un momento que no deseo presenciar. He tomado una decisión. ¿Quieres acompañarme en un viaje? ¿Me ayudas a empacar?

(continuara)…

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