Sentada, desde este cuarto de hotel, puedo ver la cuidad que para mí es extranjera. Edificios antiguos que guardan historia remotas. Gente con miradas perdidas cruzando las calles. Carros que viajan apurados a un destino también anónimo para mí. Y yo aquí, solo observo, con el vidrio medio empañado gracias al aire acondicionado que enfría el cuarto como una nevera, mientras me llega el aroma a canela molida, del chocolate caliente que acabo de comprar en el café que se encuentra enseguida del hotel. No sé si es el aroma, o el frío, ¿O tal vez la soledad? Lo cierto es que no puedo dejar de pensar en ti. Y me pegunto: ¿podrás ser tú, uno de esos peatones que pasean por en medio de la plaza? ¿O quizás alguno de los conductores que van con tanto apuro a su tan esperado destino? O tal vez te encuentres en unan de esas edificaciones antiguas, tan antiguas como el amor que he sentido yo por ti.

A lo mejor si decidiera caminar por las calles de esta enigmática ciudad, si acaso me atreviera, con suerte mis ojos se cruzarían con los tuyos. ¡Qué casualidad más hermosa seria! Porque sin duda me parece injusto y hasta cruel de la vida, que tendiéndote tan cerca, no te pueda ver.

Tal vez si tú supieras que aquí donde una vez nos prometimos vernos, aquí me encuentro, algo pérdida, algo nostálgica. Moribunda de amor por el tiempo, y con el corazón hinchado, quizás correrías a mi rescate. Lo peor es que no sé cómo hallarte. Un día te esfumaste de mi vida, o te esfumé, ya ni los detalles recuerdo, solo el sentimiento, solo tu vacío. Aun así, aquí, desde esta ventana fría te confieso, en esta mañana de Julio, que es por ti, que vuelvo. Siempre vuelvo.

** Una de tres postales del libro “Desde el Tintero” publicado por ATACAMA PRESS en 2016**